Timi el Viajero

Capítulo XXV

El Camino Expedito.

 

Peter el peregrino llamó a la puerta y esta se abrió sola, ya venía hacia ella el Guardián de la Capital.

Frente al jardín estaba aparcada su espectacular moto, ahora todavía más vistosa después de haberle añadido el accesorio de sidecar y enganchado un pequeño carricoche, a modo de ampliación. Los chicos montaron rápido y el Guardián arrancó la moto con premura.

Jovialmente, aunque con cierto cuidado, pasaron hacia el Acceso Suroeste, desde allí se encaminaron hacia el Camino hacia el Reino Hok. Este no era de asfalto, era de arenilla, guijarros y tierra prensada, pero no era tan accidentado como para impedir el transito de motocicletas.

…Broum, bromm, broummbroum brooooRrRrRrRrR – Sonó triunfante el motor….

Los chicos miraban el paisaje embelesados. A un lado los pantanos, a otros prados y colinas, con alguna montaña, extendiéndose hacia el mar. Y a lo lejos un puñado de las Montañas Rosáceas aun no explotadas. Pronto llegaron a la zona en que solía andar el Señor Hok. Pararon el motor y esperaron. Y en efecto, al de un rato apareció el Señor Hok con su yelmo y su coraza.

El Señor Hok dio un paso atrás, consternado.

El Señor Hok reconoció a los muchachos y aunque se avergonzó logró disimularlo.

Timi escuchaba este diálogo atentamente cuando, de pronto, sintió un bulto en su pechera. Lo había sentido antes, intentó recordar cuando ¿hace dos… tres días? Si, tres días, se dijo para si. Ah, cuando Paladia se lo dio al zarpar de Puerto Borikaia.

Timi pasó de la atención al ensimismamiento. Claro, Paladia le dijo que… ¿qué le dijo cuando le entregó la carta? Si, claro, que la abriera y la leyera al llegar a la Capital, pero claro, se le había olvidado. En esto, Timi palpó la carta sobre su pechera y la cogió sacándola limpiamente. Luego la giro en sus manos y la abrió.

Timi se puso a leer la carta e inmediatamente se le pusieron los ojos del tamaño de cebollas, pues comprendió la completa inutilidad de lo que estaba a punto de suceder.

De inmediato Timi fue hacia el Guardián de la Capital y le extendió la carta. Este la cogió, la leyó con interés interiorizando su contenido, e inmediatamente informó:

El Señor Hok quedó sorprendido y aliviado por esta afirmación.

El grupo montóde nuevo en la moto y tras apostarse en su puesto de conductor el Guardián pregunto:

Peter el peregrino y Pitu Kangrejo dijeron al unísono.

Y el grupo salió en la moto, nunca más alegre que ahora, del manillar de asta de Ciervo, hacia la Capital. Junto a la vereda, en pie, de pronto lejano, muy lejano, no por la distancia, quedó el Señor Hok, que les miró con una extraño interrogante y a la vez una donación, donación imposible, que la máquina de hacer distancia situaba como al otro lado de un océano infinito no hecho de agua, sino de palabra y sentimiento más allá de palabra y sentimiento, la palabra y seentimiento que se iba a la Capital.

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