Capítulo XXVI
Cierre del Acceso Suroeste.
Volvíamos a la Capital, después de haber decidido coger el velero y volver todos juntos dando la vuelta completa a la isla. La motocicleta del Guardián iba lenta y a veces forzada, por tener puesto el sidecar y un carricoche añadido. Recuerdo que el viento nos venía de frente y era muy agradable sentirlo de frente en la cara.
Timi iba en el sidecar hablando con el Guardián de la Capital, y Pitu y yo nos agolpábamos en el carricoche, junto a los gemelos chinos, con Copete a nuestros pies. Braulin nos seguía al trote y a veces al galope. Íbamos lentos pero íbamos bien.
El Valle que se abre entre las Montañas Rosáceas y las estribaciones de la parte Norte de los pantanos, no es monótono. Así que disfrutábamos todos del paisaje y la compañía. Tzi Lin cantaba algo en mandarín. Pregunté a Timi la hora a que llegaríamos.
– Bien pronto – Me contestó.
En un momento, al principio de la tarde, paramos a estirar las piernas y a comer. Copete pedía comida a todos, y no tiene absolutamente ningún sentido del ridículo cuando de lo que se trata es de comida. Solo quería comer más siempre… como siempre. Y como pone una cara que parte el corazón no darle…
Después de eso, tocaba la parte del camino que va en pendiente hacia abajo. La tarde estaba soleada y era muy agradable el ambiente del viaje. Hacia media tarde llegamos a la entrada de la Capital. Un grupo de Aás apostados en una barricada nos dieron el alto.
…la tarde estaba soleada y era muy agradable el ambiente del viaje…
– ¿Y luego qué pasó? – Ayudó Paladia.
– Un Aá gritó muy excitado:
– ¡Son ellos!¡Son ellos!
En ese momento nos cayó encima una lluvia de proyectiles compuesta de piedras, palos y otros objetos.
El Guardián de la Capital grito hacia ellos:
– ¡Eh, qué somos nosotros! ¡Venimos de una realizar una misión encomendada por la Asamblea! – Grito Timi sin esperanza de que cesara la lluvia de proyectiles, lluvia que además cubría el avance de un grupo de Aás que se nos aproximaba tras saltar la barricada.
Afortunadamente el Guardián reaccionó rápido. A toda prisa dio marcha atrás, forzando a tope el motor. Aparatosamente logró girar el vehículo y salir a toda velocidad en dirección contraria mientras el grupo del carricoche y Timi en el sidecar nos cubríamos como podíamos de los palos y piedras que no es estaban lloviendo encima . En ese momento a mi me golpeó una piedra en la ceja.
Durante un buen rato no paramos. Y, al final, en un requiebro del camino, ya a varios kilómetros de la barricada, pudimos sentirnos seguros para parar.
– ¿Qué te ha pasado en la frente? – Me preguntó el Guardián?
– Ha sido una pedrada.
Así que mientras me tapaban con un pañuelo la herida que me habían hecho, y examinaban los desperfectos del ataque, evaluamos la situación.
– Ha sido una emboscada, venían a por nosotros.
Mirando el pañuelo ensangrentado, mientras comenzaba a sentir un sudor frío y como escalofríos por el cuerpo, me acordé de la situación de mi padre y de por qué había vuelto con Timi a la Capital. Me pareció tan injusto que me puse furioso y sentí odio. ¿Por qué no nos dejaban ser felices…?
Así finalizó el relato que, meses después, Peter el Peregrino hizo a Paladia sobre el ataque recibido de regreso a la Capital, en el acceso del Suroeste, tras la vuelta de la misión de dejar expedito el camino que bordea del Reino Hok.
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