Timi el Viajero en Las Aventuras en la Isla Brouk
Capítulo VIII
Paso la noche. Todavía somnolientos y legañosos, como confusos en la niebla marítima matinal, los amigos rodeaban la hoguera despidiéndose de Barba blanca, que les daba las últimas recomendaciones. Y entonces volvió a escucharse:
– ¡Pantalán, pantalón, me como el melón!
Era Catalin, que se aproximaba al lugar.
– Buenos días, Eustaquio y compañía.
Dijo Catalin al llegar a ellos. Era una mujer, sin lugar a dudas, con historia, como se apreciaba en una primera mirada, y con una gran personalidad magistralmente enmarcada por su melena de pelos eléctricos azules, grises y rojos.
– ¿Qué hay de mi silla?¿Está ya reparada?
Boa Vista Dos Santos pensó que la situación de la silla rota que le entregó Catalin tiempo atrás para que la reparara era solo la escusa para conocer a los jóvenes viajeros, y combatir así su soledad.
– Uy, catalin, aún no está terminada.
-¡Pantalin ¡Pantaleón! ¡Y también al barbían! – Cantó amenazadoramente, pero Barba Blanca no se intranquilizó lo más mínimo y propuso con el más pacharoso aplomo:
– Catalin, estos jóvenes se dirigen a la capital por el Camino del
Este, quizás puedas acompañarles hasta las casonas de Punta Recife y desde allí, orientarles.
…el grupo salió con fresca agilidad…
Tras hacer esta propuesta, inmediatamente hizo las presentaciones oficiales. Los jóvenes informaron del propósito de su viaje a Catalin, y el altruista y productivo motivo del viaje agradó a Catalin que, valorándolo, finalmente sentencio:
– Os acompañaré un rato, jovencitos.
Después de esto, el grupo salió con fresca agilidad tras despedirse de Barba Blanca, quien quedo sentado sacando punta a un palo y pensando absorto en sus tareas, mientras el movimiento de los jóvenes iba alejándose.
Durante su avance Catalin les iba enumerando los hitos del camino.
– Esas dunas son muy divertidas. Una vez cinco corsarios entraron a enterrar un tesoro, pero se levantó un viento y las dunas se movieron sobre ellos sepultándoles para siempre.
Solo hablaba ella todo el rato.
– En los fondos al pie de Punta Recife hay muchas caracolas gigantes.
Una vez un niño sacó una de ellas y se la puso en la oreja, pero no oyó las olas del mar, sino la voz de un genio que le ordeno meterse en el agua, y el niño lo hizo y desde entonces no se le volvió a ver jamás.
Los jóvenes se rieron, pero Catalin, que quería asustarles, prosiguió impertrerita.
– Perdón, sí, sí se le volvió a ver, ahora que lo recuerdo bien, se le volvió a ver por ese paso entre rocas al que nos dirigimos, intentando capturar un viajero para obligarle a sustituirle como fantasma de los fondos del mar. ¡Ja ja ja!
Estaba decididamente loca la buena mujer, ¿o solo lo aparentaba?
– Yo vivo en esas casonas que se ven por ahí, – En el lugar hacia el que señalaba estaban las casonas de Tobiga. Se trataba de unas casonas señoriales pero en estado de ruina. Su antiguo esplendor, que se adivinaba por sus elegantes formas, estaba sumergido por las injurias del abandono que padecían, y de algún modo se asemejaban a Catalin -.
– Que no, que no es cierta la historia del genio; no le hizo bajar al fondo del mar, le pidió que mirara al cielo y allí apareció un radiante Pegaso Blanco como un ángel de los caballos, montó sobre él y ambos subieron volando al cielo, y todas las mañanas sale a saludar a la playa.
Tenía Catalin una imaginación desbordante. Había sido literata y maestra y, al parecer, cuando cerró la escuela se había trastornado como El Quijote, solo que Catalin veía gigantes y enanos, duendes y genios continuamente en todos los lados y no solo en los molinos.
Pero era muy buena orientadora y compañera de viaje. Así les acompañó hasta el inicio de la senda de los farallones negros de la Costa Este, dándoles allí una serie de recomendaciones, tras seguir las cuales pronto aparecerían junto a la Capital. En ese punto, señalando los farallones les aseguró:
– ¿Veís esos farallones? Allí hubo una mesa, la Mesa de los Dioses. Allí se juntaron los dioses de todas las naciones. Horus el Egipcio, que es como un halcón. Thor el Vikingo, Dios del Trueno. Mari, la Diosa vasca del cielo y la Tierra. Hefestos, el dios herrero griego cojo. Quezatlzoatl, el Águila Solar azteca. Moloc, el temible Dios Fenicio.Y muchos más. Después de comer se pelearon entre ellos, y fue tan feroz el combate que mirad como quedo la mesa…
…se juntaron los dioses de todas las naciones. Horus el Egipcio, que es como un halcón. Thor el Vikingo, Dios del Trueno. Mari, la Diosa vasca del cielo y la Tierra…
Cualquiera diría que la línea de farallones estaba compuesta por muy antiguas erupciones de lava solidificadas, que luego producto de la erosión y el embate de las olas siglo tras siglos las iban desmoronando línea tras línea. Según la teoría de Catalin, en cambio, fue la pelea de los dioses lo que convirtió a la Mesa de los Dioses en esa colección caótica de rocas y farallones caídos, torcidos, inclinados y demolidos, entre rocas quebradas, hacia muchos lados, que recordaban al caos de tablas y listones de madera grises desvencijadas entre jardines copados por zarzales y malas hierbas de las casonas de Tobiga, pero en el espectácular anfiteatro de piedras. Tal era el mundo de Catalin, un majestuoso torbellino de caos como su cerebro y corazón creadores. Pero Pitu, Peter y Timi miraron divertidos aunque escépticos hacia los farallones, en los que más que los restos de una mesa lo que había era un acantilado espectacular.
– Mirad lo que encontré all. – Sacó un peine dorado y se lo ofreció – Es vuestro -.
A continuación lo mostró alzando la palma de mano teatralmente, hasta que Timi lo cogió con sumo cuidado. Y luego se despidió de ellos. Braulin rebuzno triste, pues la señora Catalin le había gustado mucho, pero el resto de la pandilla se enfrascó en la dificultad del avance a pie por entre el roquerío acumulado al pie de los farallones, a pocos metros del mar.
Créditos: Herramientas de apoyo Google. Fotografías: Anne Bancroft en Great Expectations, archivo IMDB. :: Silla Rota de Makamuki0 y Acantilados de Canosa, en la web O Camiño Dos Faros.
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