Charla del Señor Hok con Paladia.

Capítulo XI

Charla del Señor Hok con Paladia.

Era ya mediodía cuando el Señor Hok se plantó ante el jardín de la casa de Peter el Peregrino, en cuyo interior convalecía el padre de este. Allí reinaba el silencio, y cuando el Señor Hok se aprestaba a tocar el timbre sonó una petición a su espalda.

– No lo haga. El señor Armand duerme ahora. Está muy enfermo. -Informó la voz.

Era Paladia la que hablaba, la dueña de Braulín y la vecina que daba ayuda, cuando podía, a Peter el Peregrino en los cuidados de su padre.

– Ya lo sé, me han dicho que vive aquí con su hijo este señor Armand, pero ¿su madre donde está?

– Murió – respondió Paladia.

– A mi me dijeron que se había ido.

– No, murió.

No era un muchacho con suerte este Peter el Peregrino, pensó el Señor Hok, quien se había quitado su yelmo y su armadura para hacer esta gestión.

– ¿Es usted de la familia?

Paladia dudó…

– No, solo les ayudó, pues la madre de la casa fue mi mejor amiga.

…Paladia quedó muy agradada por el valioso gesto…

Inmediatamente el Señor Hok extrajo de su bolsa una moneda de un talento, y dijo:

– Yo soy un pariente lejano del abuelo del muchacho, ha llegado a mis oidos la noticia de estos infortunios y he decidido contribuir a la causa de la curación del señor Armand, de quién, además, sé que fue un buen marinero. Esta es mi aportación – dijo mientras le entregaba el talento -, procuraré entregarle todos los meses hasta su definitiva curación esta misma cantidad.

Paladia quedó muy agradada por el valioso gesto y aceptó la entrega.

– Ah, y por favor, no diga a nadie nada de esto.

Y dicho esto se despidió haciendo un cortés gesto de retirada.

Paladia, mientras despedía a ese caballero, empezó a recordar a su amiga Luisi, la madre de Peter el Peregrino, a quien tanto echaba de menos. No, no podía ser. Pensó. No podía ser que ella estuviera muerta, su esposo enfermo terminal, y el hijo lejos de casa solo por los caminos del mundo, mientras las flores sonreían a la vida en el espacioso aire fresco y alegre de este mediodía del mundo abierto.

Algo se estremeció en su interior, pero, agradeciendo la sonrisa de despedida de ese rudo hombre bueno, puso su fuerza, la fuerza de su amor, en que la terrible evocación no descoloreara de sentido el día. Trémula la temperatura de la luz balanceo, en su mirada sin centros, la pintura de las cosas, en terrible pero justo contrapunto al baile frío de las flores. De pronto se escucho un murmullo proveniente de la casa. Paladia apretó los dientes, y dijo:

– ¡Ya voy Armand! Ya voy.

>>>Reconsideraciones del Señor Hok.
Tormenta en la Capital Libre.>>>

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