Capítulo XLIII
Tóbiga, el Pueblo de las Casas de Maderas Preciosas.
Al día siguiente Timi, Paladia, Braulin y Peter el Peregrino, acompañados por Catalin, seleccionaron una de las viejas casonas de madera abandonadas de Tóbiga, y comenzaron los trabajos de rehabilitación. Primero tuvieron que limpiar durante una semana la selva que rodeaba la casa, donde querían plantar el maiz.
Había mosquitos, ratones, pulgas, escarabajos (de lo verde-plateados), muchas moscas y unas grandes arañas parecidas a tarántulas, así que flaquearon y a menudo protestaban de que quizás esa no fuera la casa más adecuada, pero su presencia y la limpieza a fondo que iban haciendo fueron sacando de la casa poco a poco a esos cohabitantes indeseados.
Al de unos días llegó a Tóbiga Pitu Kangrejo, que también quería sumarse al grupo. Venía con su amiga Bruni La Piloto, así llamada porque ganaba muchas carreras con su bicicleta todo terreno.
– ¿Podemos quedarnos?
– ¡Si!
Aunque la casona elegida por Timi como residencia de la pandilla llevaba 50 años abandonada, se conservaba bastante bien porque sus materiales eran muy buenos. La base estaba hecha con piedras rosáceas del Norte de la Isla, las vigas y el maderamen eran de maderas preciosas africanas, elondo, caoba y baobab, maderas muy duras, cortadas con la luna y bien secadas, maderas oscuras y rojizas que parecian hechas de roca.
Cuando terminaban las reparaciones y reorganizaciones del día todos se sentaban en la veranda un rato para descansar, estar juntos, recapitular el día y soñar sobre el futuro
– A mi me gustaría que limpiáramos el antiguo camino para poder andar por él con las bicicletas. – Se sinceró Bruni La Piloto.
– A mi me gustaría volver a tener un velero, como el que perdí.- Reconoció Timi.
– Yo quisiera tener muchos libros y leéroslos a vosotros. Me gustaría ser maestro, aprender mucho para luego poder enseñar mucho.
– Jajaja – Se rio Pitu de Peter el Peregrino – Yo en cambio quiero tener una novia con la que pasar aventuras en la selva.
Catalin, que había escuchado todo esto silenciosa, dejo pasar un momento, y luego declaró:
– A mi me gustaría encontrar a alguien a quien enseñar a ser maestro, alguien con quien compartir mis libros y hablar sobre las ideas que contienen… podría enseñarle muchas cosas, y hacerle un verdadero maestro.
Paladia no dijo nada. Desde la casona se veía el mar, que lucía respirando azul turquesa mientras las gaviotas descansaban sentadas, como ellos, allá abajo, en el arrecife.
– ¡Qué cerdos sois! – Chilló acusadora Bruni saliendo de la casa con una cacerola en las manos, que tró con todas sus fuerzas a los pes de Pitu y Peter.
– ¡No habéis hecho bien el fregado, asquerosos!
Indignada, feroz, furiosa, su figura brillaba llena de energía ante el fondo del pueblo de casas hechas con maderas preciosas, Tóbiga. Abajo en el arrecife las gaviotas habían echado a volar en estampida.
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