Timi el Viajero

Capítulo LXI

Regreso a San Borondón.

Timi y Peter el Peregrino habían tomado la costumbre de salir a pescar varias veces por semana, en los días en que no hacían trabajos de construcción ni laboraban en huertos colectivos de Tóbiga, cogían el velero y salían al mar.

Un día les cogió una marejada cuando atardecía y aún poniendo el motor en marcha y maniobrando de varios modos no pudieron sustraerse a su arrastre. Después de varias horas de lucha, Timi y Peter cayeron rendidos de cansancio. Solo les quedaba entrar en la noche arrastrados por la marejada.

Los aullidos del ventarrón esparcido en frescas rachas de vez en cuando les despertaban. La noche ventosa les llevaba inexorablemente al Noreste. Y en una de esas ráfagas más fuerte de lo normal, despierto cerebralmente, Timi subsconcientemente supo que iban en dirección a la Isla de San Borondón.

La plata de la mañana ya se derramaba en la vela mayor cuando Timi decidió levantarse y otear el horizonte. El viento les llevaba a San Borondón.

Avisado del peligro, y sabedor de que, al contrario que Paladia, él no disponía del Peine de Oro, bajo a la sentina a buscar un martillo. Ya allí seleccionó varias herramientas, incluyendo unas tenazas y un destornillador, el martillo, una palanca y una llave, que envolvió en un hatillo pensando que podrían servirle de ayuda si volvía a toparse con las horribles estatuas de oro y bronce. Sin perder un segundo, subió a despertar a Peter el Peregrino y a avisarle sobre el peligro que se les cernía encima:

El velero avanzaba hacia la cala de San Borondón que ya se imponía como un mar verde ascendido al cielo y frontal, sin escapatoria para ellos.

Ya allí el viento les impedía salir de la cala, de manera que hasta que pasara debían aguardar en la playa. Así que Timi se dedicó a arreglar pequeños desperfectos del velero encallado en la arena, no sin avisar a Peter el Peregrino:

Peter se puso a jugar con un carramarro mientras Timi se dedicaba a reparar el velero. Hacia frío. El viento fue haciéndose cada vez más desagradable hasta que Timi ya no pudo aguantarlo más y se metió al camarote del velero a coger una chaqueta gruesa.

Excelente, ya no tendría frió, pensó. Cogió otra chaqueta para Peter y salió a ofrecérsela. Pero Peter el Peregrino ya no estaba en la playa:

A Timi se le encogió el corazón. Sin duda las estatuas malignas habían bajado a la playa mientras el estaba en el camarote y habían secuestrado a Peter… o el inconsciente de Peter había subido por algún motivo por el sendero olvidando de la advertencia de peligro que él le había dado, y se encaminaba ahora directo hacia las terribles estatuas.

Timi horrorizado reaccionó enérgicamente. Cogió el martillo y el destornillador, llevándolos cada uno en una mano, y subió corriendo pendiente arriba. Al llegar a la cima del sendero, se decidió de manera fulgurante a ir hacia la parte de Gotarda.

Tristes, fríos montones de hojas secas se acumulaban a ambos lados del camino, había tantas hojas que tapaban el enlosado, ese suelo que ahora pisaba jadeante Timi mientras el ventoso ambiente parecía hablarle desde todos los sitios para atemorizarle con rumores malignos.

Gotarda no estaba ahí.

Timi giró drásticamente y salió en spring hacia la parte del gigantesco barbudo de bronce. Mientras se acercaba hacia allí se aferraba con furiosa determinación a sus herramientas, y corría y corría…

Parecieron mil horas de correr entre esos heladores aullidos hasta que llegó al lugar del pedestal del altar y jadeante localizó a Gotarda y el barbudo de bronce, que estaban ambos encima del altar, inmovilizando a Peter.

El barbudo de bronce empezó a hablar pero Timi le lanzó el martillo a la cara acertándole de pleno.

Gotarda saltó hacia un lado sintiéndose en peligro, pues sus ojos también eran de carne y no de metal. Esto lo aprovechó Peter para salir corriendo hacia Timi.

Dijo Timi y ambos chicos salieron corriendo hacia el sendero. Bajaron atropelladamente por la pendiente de la cala.

El viento había cesado. Ya abajo entrambos sacaron al agua con grandes esfuerzos al velero varado en la arena y disponiendo los remos comenzaron a remar con todas sus fuerzas para alejarse de allí.

Gritó Gotarda a la carrera llegando ya a la orilla.

Peter y Timi, al verla, redoblaron sus paladas hincando los remos con gran sufrimiento, pero Gotarda traía un arco y unas flechas y comenzó a lanzarlas contra ellos.

Y aunque estaban ya lejos de Gotarda una de sus flechas se hincó en el brazo de Timi llegandole hasta el hombro. Ahora, sin embargo, una corriente marina favorable les alejó de allí.

Dos días después, Timi y su amigo arribaban a Tóbiga.

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