Timi el Viajero

Capítulo XXXVIII

La Isla de San Borondón.

 

Cuando Timi despertó rápido se dio cuenta de que el barco no se movía. Estaba encallado en una pequeña playa, dentro de una pedregosa cala.

Deslumbrado por la claridad, saltó a Tierra.

Desde el velero brotaron sonidos de movimiento. Era Paladia, que asomó por la borda con un aspecto deteriorado, sin peinar y con bolsas en los ojos.

Paladia regresó al camarote y Timi fue a explorar el lugar. La floresta llegaba justo hasta el pie de la playa, en pendiente.Hacia allí se dirigió distinguiendo un impreciso sendero por el que se aprestó a descender.

Paulatinamente Timi fue tomando conciencia y convicción de que este territorio no estaba en la Isla Brouk, sino en otro lugar. ¿Cómo podía ser?

…el Sol parecía un manantial de luz cayendo en torrente sobre el velero abajo, desbordándose hacia el mar…

El Sol parecía un manantial de luz cayendo en torrente sobre el velero abajo, desbordándose hacia el mar hasta el horizonte. Pero hacia la floresta y pendiente arriba reinaba una neblina que parecía repelerlo. El aire de irrealidad intranquilizó a Timi, pero siguió ascendiendo por la cada vez más abrupta cuesta de esta primordial selva. En la cima de la pendiente surgió una cornisa amplia y con un largo rellano que terminaba por formar un camino. Lo siguió hasta que, pasando a un empedrado, encontró que este se transformaba en un inquietante enlosado, como una explanada que daba ámbito a un lugar innatural, transformado por mano humana, pensado quizá como espacio para realizar un rito. Allí había una estatua. Timi se acercó a examinarla.

Era asombrosa esa estatua. Se trataba de una mujer bellísima labrada en oro, con un cántaro en los brazos. Al acercarse la estatua abrió los ojos:

Timi saltó hacia atrás sorprendido por el prodigio: Sin dejar de ser estatua la estatua había cobrado vida.

Timi salió corriendo en dirección opuesta, pero la neblina de la floresta se iba cerrando sin que Timi, alarmado por la inquietante invitación de la estatua, se diera cuenta del cambio. Caminaba y caminaba, al parecer en círculos, hasta que cansado se sentó en una piedra ¿Dónde estaba?¿Qué mundo era este? Había de volver al velero y escapar de este lugar, pensaba excitado, pero no lograba encontrar la cuesta que daba a la playa por la que antes había ascendido.

Timi buscaba desesperadamente con la mirada algo que le anunciara posibilidad de evasión pero no veía nada. Solo vio el largo pasillo recto entre los dos muros verdes del follaje de la floresta, y allí, al final del todo, entrar a Gotalda, la estatua de oro, con una determinación metálica tan implacable que los mismos muros verdes parecieron apartarse. Ya no tenía en los brazos ningún cántaro, lo que ahora llevaba era un cuchillo.

Las horribles estatuas demoniacas se situaron como para hacer sacrificio humano con el cuerpo de Timi, y Gotalda elevó el cuchillo con las dos manos.

Pero Gotalda, sonriendo, prolongaba la ejecución del sacrificio como si le divirtiera la agonía de Timi. Cuando, tras reir a la carcajada con su estatua amiga, oro y bronce resonando, midió las distancia y se aprestó a ejecutar al chico.

El cuchillo brillo por un momento sobre su pecho pero en ese momento se escuchó:

Era Paladia. Las estatuas en oyendo esa voz se miraron alarmadas y se esfumaron de inmediato. Las argollas, de repente, ya no estaban, y al llegar Paladia a donde se encontraba Timi, vio que este lloraba como un bebé, desconsoladamente.

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