Timi el Viajero

Capítulo XXXIX

La Gran Calma.

 

Bajaron a la cala apresuradamente, abriéndose paso violentamente en la floresta, pero las estatuas metálicas ya no les persiguieron. En la breve arena, sacaron a empujones al velero varado, aprovechando la marea, y tras saltar por la borda adentro del velero, ya zarpando, decidieron poner rumbo al Sureste, hacia donde creían que se encontraba la Isla Brouk.

Nunca hubo mayor calma en el mar, solo el velero, con el ronronear de su terco motorcito, rompía esa quietud. Después de unas horas, el motorcito dejó de funcionar. Esto, lo peor que les podía pasar, era la desgracia que les faltaba; con la mitad del velamen inhabilitado, sin viento, fuera de las rutas marítimas y navegando por un área imprecisa, quizás al noroeste de la Isla Brouk, sin motor, sin viento y sin comida, la única esperanza que les quedaba era ver un barco. Pero en el horizonte no había ni el menor signo de vida, ni siquiera las gaviotas, solo el mar, un mar muerto,en Gran Calma, con la animación de su energía extraída como el color de una forma, mar estacando totalmente, de color morado de pozo sin fondo.

…al despertar se lamentaron de no estar soñando…

Así, tras horas y horas envueltos en la Gran Calma, flotando en una luz mortecina, cada vez más irreal, se durmieron el uno junto al otro. Al despertar se lamentaron de no estar soñando. Otra vez la calma, el líquido inmóvil, pesado e inanimado como gelatina por todos los lados. Un sol enloquecedor y ausencia de comida. Pero al menos tenían algo de agua todavía.

Al día siguiente, para alarma de Timi y Paladia, vieron a que velocidad real descendían sus reservas de agua, y se vieron obligados a racionarla. Pasaban todo el día dormitando, a la espera de que se levantara un viento o a que pasara un barco.

Y Timi, que sabia que solo se podrían salvar si ese viento dominante fuera del noreste, o si se cruzaban con un barco, circunstancias ambas que eran altamente improbables, no decía nada.

Ya llevaban seis días a la deriva, y ya apenas les quedaba agua, cuando se levantó un ventarrón del Noreste. Un día entero estuvieron bajo este ventarrón hasta que este se redobló en fuerza, y los bandazos y golpes hacia todos lados en medio de su debilidad les desesperaban doblemente. Era la tarde del séptimo día cuando el ventarrón arreció. Paladia y Timi imprecaban, con sus últimas fuerzas, al ventarrón aquí y allí. El cielo tomó un tono rojo y se soltaron aullidos como voces de ese cielo antes callado, y entre su extrema debilidad, sin poder ya controlar absolutamente nada, metidos en un hueco de popa entre el asiento del piloto, la bancada y la borda, agarrándose los dos muy fuerte, otra vez entraron en la noche.

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