Capítulo LVII
Expedición a la Mesa de los Dioses.
Los chicos decidieron ir a la Capital para hacerse con materiales y objetos abandonados, también les acompañarían Braulin y Copete. El plan era ir por el camino de la costa y hacer noche en las rocas de la Mesa de los Dioses y, a la mañana pronto, con máscaras antigás para no respirar el polvillo rosáceo, entrar en la capital y hacer una lista de los objetos y materiales aprovechables para la necesitada Tóbiga.
Esta vez llevaron abundantes provisiones y en una parada hicieron entrega de un paquete de provisiones a Bruni La Piloto, como garantía de que esta vez no ocurriría la escasez que sufrieron durante la excursión del misterio de las huellas en la arena.
A medida que avanzaban iba cerrándose el camino transformándose en un abstruso roquedo de costa. Paralelos a ellos, también siguiendo el litoral hacia el Norte, avanzaba como acompañándoles un grupo de delfines. ¿Que buscaban?
Después de un arduo esfuerzo, llegaron a la Mesa de los Dioses, que era barrida en ese atardecer por columnas de luz filtradas por las nubes, resultando, con su caos de rocas tendidas hacia todos los lados en mil formas, un lugar excepcionalmente bello para hacer campamento. Los delfines se quedaron frente al campamento de Timi y sus amigos, y se aproximaban a la orilla cada vez más. Y en ese inmenso espectáculo los chicos se aprestaron a cenar.
– Aquí falta algo.- Dijo Pitu Kangrejo.– rebuscó Timi en las bolsas y, efectivamente, era cierto, las provisiones habían desaparecido.
– Aquí falta todo.
– ¿Quién ha traído esto Peter? – Le preguntó Pitu.
– Cuando he puesto el saco ahí estaba toda la comida, y, ¡eh! ¡que a mi no se me ha caído nada por el camino si es es lo que estáis pensando!
No, no podía estar pasándoles esto; se habían quedado sin comida, excepto Bruni a quien poco antes le habían entregado casi la mitad de sus provisiones, seguros de su abundancia. ¿Qué podía haber pasado?
Braulin y Copete jugaban en la orilla del mar flirteando con los delfines como si no pasara nada y el mundo fuera feliz:
– ¿Braulin? ¿Copete? ¿No habréis sido vosotros quienes se han comido nuestras provisiones?
Los aludidos se giraron y miraron hacia los chicos con un rostro angelical de extrema inocencia. Habían sido ellos, se habián zampado las reservas de comida de los chicos, y ahora, en equipo y fingiendo honestidad, pretendían salir del paso cubriéndose cn los delfines hasta que pasara la tormenta. Timi explotó en indignación:
– ¡Sois unos sinvergüenzas!¡Y tu eres el peor, Braulin!
Pero el saqueo ya estaba hecho y estarían sin comer durante dos días… a menos que Bruni La Piloto compartiera con ellos sus provisiones.
Bruni estaba en la tienda leyendo un librito y cenando tranquilamente, así que ahí fueron los tres en comisión a ver si Bruni accedía a compartir con ellos parte de la comida que poco antes le habían entregado.
– ¡Qué os habéis creído! – Les contestó irritada – ¡Dejarme en paz! ¡Esta comida es mia! Esto os está pasando porque sois unos imprevisores y no es mi culpa que lo seáis, así que no, no y no.
Timi, Pitu y Peter prorrumpieron en juramentos contra Braulin y Copete que poniendo cara de lechuguinos jugaban con los delfines cada vez más cerca de la orilla. Al acercarse para abroncarles Peter el Peregrino exclamó:
– ¡Tiene una red en el pico!
Así era. El delfín que más se aproximaba tenía una red en el hocico que le impedía abrir la boca y así comer. Moriría seguro sino se le quitaba esa red, por eso se estaban acercando tanto los delfines a la orilla; querían que los humanos les ayudaran quitándole la red del hocico a su compañero.
Pitu Kangrejo se acercó al delfín y le libró de la red de su hocico en la misma orilla de la costa. Quedó así liberad el atribulado animal, mientras sus compañeros hervían de jubilo. En ese momento, una de las columnas de luz que barrían la Mesa de los Dioses se deslizó sobre ellos, quedando su momentánea alegría iluminada con la felicidad del atardecer y el baile jubiloso de los delfines celebrando la libertad y la salvación de su amigo. Bruni, desde la entrada de la tienda de campaña, entendiendo conmovida el momento,dijo:
– Está bien, está bien, chicos. Podéis venir a cenar.
<<<¡Ayudarnos!Samuel y su Primo.>>>
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