Capítulo LXVI
El Oro
Esta vez Braulin se encontraba cercado por sus principales adversarios; alrededor de su cara revoloteaba la mariposa, su vieja enemiga, volviéndole loco. Y hubiera podido comérsela de un bocado si a la vez no tuviera enfrente al carramarro, amenazando con subirle por las patas a pincharle, y enfrente a Copete ladrándole en actitud de morderle por donde pudiera. Braulin estaba desazonado y mareado, rebuznaba en protesta ante esta eficaz alianza de sus amigos contra él, y buscaba infructuosamente la manera de huir del lugar, el arenal mojado por la ola del Muellito.
Timi observaba la escena sin terminar de entenderla, y quizás sin procesarla. Su maquinaria cognitiva llevaba días volcada a pensar en sus adentros un futuro en la Tóbiga de Winckly. Y no conseguía imaginarse allí, ni siquiera en el Muellito, en el mismo Muellito que él había construido. Levantó la mirada cansado de dar vueltas al mismo asunto sin hallar solución, y vio el baile de Braulin, Copete, el carramarro y la mariposa, quedó hipnotizado durante unos segundos por las impresionantes contradanzas de las que el Sol arrancaba sombras efímeras que los rebuznos lastimeros fijaban en el tiempo; y sintió solidaridad hacia Braulin, pero sin perder su simpatía hacia sus acosadores, mas en un breve segundo apareció una hilera de jóvenes de los recién llegados a Tobiga, impuso eta hilera su figura desvaneciéndose las contradanzas hacia otro mundo. Bajaban cargados de sacos y decididos en su misión hacia el Muellito.
Timi vio como subieron al Muellito, como lo recorrieron hasta el final y allí, en su extremo, volcaron lo que contenían sus sacos, que a todas luces eran piedras. Cuando salieron del Muellito, Timi les pregunto:
– A los buenos días, ¿qué haceís?
– Buenos días, Timi. Aquí estamos, haciendo el nuevo malecón.
– ¿Pero vosotros no estabais cultivando el maizal nuevo?
– No, eso ya no lo llevamos nosotros.
– Vaya…
– Winckly y João ya no nos necesitan.
– ¿Cómo? ¿Y la asamblea del maizal nuevo ya no funciona o qué?
El que le estaba contestando, Ambrosio, era un chico greñudo y astroso. Por lo general lideraba a los otros chicos venidos de la Capital y no se entendía bien que volviera a confiar en Winckly.
– No Timi, a partir de ahora eso lo va a llevar João, y Winckly, a cambio, llevara la desecación de los pantanos para que João pueda aumentar el maizal. A nosotros nos toca hacer el malecón nuevo. Mira…
Ambrosio apartó su saco un momento y metió la mano en el bolsillo de donde, con esfuerzo, sacó un pequeño objeto dorado.
– Son diez áureos. Por cada día que estemos aquí nos toca una moneda de estas a cada uno. Se parece al sistema que hubo en la Capital, pero es mucho mejor – Y dicho esto Ambrosio extendió la moneda a Timi para la examinara.
… – Compruebo que no es de oro. – Da igual …
El objeto tenía una mazorca de maíz grabada en una de sus caras, en la otra el número 10, y era dorado. Timi sacó su navaja y aserró con ella el borde de la moneda, comprobando que no era de oro, que solo tenía un baño dorado. Este gesto no gustó a Ambrosio y al resto de los capitalinos venidos a Tobiga.
– ¿Qué haces?
– Compruebo que no es de oro.
– Da igual, vale por diez kilos de maíz cuando sea la cosecha.
– Nadie ha informado del plan contra el Muellito.
– Ni falta que hace. Basta con que no se pongan problemas para que todos estemos bien.-Cortó Ambrosio.
– ¿Está Fabian de acuerdo con esto?
– Y yo qué sé…
*********
Timi encontró a Fabian en el antiguo camino señorial de los carros, estaba desbrozándolo con una hoz y una guadaña. Sudaba.
– Hola, Fabian.
Fabian dejó la tarea al ver a Timi azorado.
– Hola Timi.
– ¿Te has enterado?
– Si.
– ¿Quién ha hecho las monedas?
– Perolt, uno de los que vino con nosotros. Estoy asqueado.
– Creo que intentan desecar los pantanos para poner un maizal gigantesco, por eso construyen un malecón para exportar el grano. Winckly ha vuelto a las andadas.
– Y no solo eso. – Repuso Fabian.
– ¿Cómo?
– Estoy seguro de que, con lo que saquen de la exportación de maíz y cocoteros, Winckly quiere volver a poner las canteras en marcha, reconstruir la capital y terminar el plan que intentó imponer antes.
Timi quedó pálido. No se le había ocurrido eso, pero era obvio que ese era el verdadero propósito de Winckly.
Así, ambos quedaron desolados. Y su mismo entorno pareció engullirlos transformándose en un enorme río de desolación y absurdo que los llevaba hacia más desolación y absurdo.
– Tengo una idea. – Dijo Timi. – En las laderas del Sureste del Monte Wilson hay tierras abandonadas, de dificil acceso, fáciles de defender, donde podríamos guarecernos de las máquinas que está construyendo Winckly haciendo sus cosas con las personas.
– Si marchas hacia allí, yo también iré- Concluyó Fabian.
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