Capítulo XX
Los Spelldings
La borda del velero chocó y raspó contra el lienzo del muelle, a pesar de las defensas. El pequeño velero de Timi había encontrado su punto de amarre entre dos monstruos de acero que cargaban frenéticamente piedra rosa. En cuanto terminaron de amarrar la nave saltaron a tierra y preguntando por los muelles encontraron la salida del puerto.
Nada más salir, en la convergencia entre la playa y la rotonda de acceso al Puerto, ya desembocando hacia una larga calle peatonal del centro de la Capital, en una pequeña explanada tres saltimbanquis se ejercitaban dando un estupendo espectáculo ante la terraza de un café. Timi y sus amigos decidieron contemplar el ejercicio.
…el gordo siguió tambaleándose, pero de pronto apareció otra pulga, esta parecía una araña negra…
Un gordo se tambaleaba a sí mismo haciéndose el borracho. De pronto una simpática pulga con melena de oro le saltó sobre los hombros. El gordo siguió tambaleándose pareciendo como si no se hubiera dado cuenta del salto de la pulga a sus espaldas. El gordo siguió tambaleándose, pero de pronto apareció otra pulga, esta parecía una araña negra, que también le saltó encima trepando sobre él como si nada, haciéndose con un lugar junto a la otra pulga sobre la torre humana cuya base era el gordo y su cima estas dos pulgas.
Pero el gordo siguió haciendo las tonterías del borracho fingido bandeando su enorme corpachón como si las pulgas no se le hubieran encaramado a sus hombros. En un momento se puso firme, el castellet se desmontó en un instante con las dos pulgas bajando a toda aprisa de la montaña de carne, y se alinearon, y así los tres hicieron una reverencia hacia la terraza del café, donde tres señoras en una mesa charlaban y un señor, también gordo, leyendo un periódico, no habían seguido ni un momento el espectáculo. No obstante, el señor gordo, ostentosamente molesto, levantó el rostro hacia los saltimbanquis.
En ese instante Timi, Peter el peregrino y Pitu Kangrejo rompieron en aplausos.
– ¡Muy bien, muy bien!
El trío que componían las pulgas y el gordo forzudo ignoraron olímpicamente a Timi y su pandilla, y siguieron haciendo reverencias hacia el público, luego una de las pulgas fue con una lata hacia las mesas, y la aproximó al gordo del periódico que, enfadado, se arrascó el bolsillo tirando después a la lata una moneda diminuta, al igual que hicieron, a continuación, las tres amigas parlanchinas.
A partir de ahí los saltinbamquis se replegaron precisamente hacia la esquina de Timi , Peter y Pitu y Braulin. Al llegar a la altura de los chicos el gordo fortachón preguntó:
-¿Vendéis el burro?
– No.
Una pulga se acercó sonriendo a acariciar a Braulin.
– ¡Qué bonito!
Las pulgas comenzaron entonces a bailar y gesticular alrededor de Braulin, que protestó rebuznando.
-¡Me llamo Esponji!- Cantó una pulga.
– ¡Y yo Mati! – Gritó la otra pulga.
Y el fortachón gordo acercándose a Timi y esbozando una amplia sonrisa, informó:
– Somos los Speldings. Esponji, señaló a Esponji en presentación, Mati, – indico hacia la araña negra- , y yo, Bertel, que nos ganamos la vida esforzándonos a diario con nuestro espectáculo mundial. – Dicho esto tendió la mano a Timi, que la aceptó orgulloso, y luego a Pitu y a Peter. Tras estos estrechones de manos, Timi hablo:
– Nosotros buscamos al Guardián de la Capital, venimos del Puerto
Borikaia. ¿Sabeis donde está?
– ¡¡Siiiiiiiii!! – Dijeron los tres Speldings a la vez.- Venid, venid, invitaron:
– Id hacia el mercado, que ahora andará por ahí-.
Hacia allí comenzó a dirigirse la pandilla, con Braulin a la cabeza, que claramente no se fiaba de las pulgas Spelldings.
– Si queréis trabajar con nosotros necesitamos gente que sepa manejar bicicletas, de una sola rueda, y hacer magia con palomas.
– Jajaja. – Rió Pitu – ¿Y cuanto pagáis?
– Una parte de lo que lo que se vaya sacando a diario. – Respondió la pulga morena, elevando la voz.
Ya se alejaban Timi y sus amigos de los Spellding, hacia el mercadillo. Las pulgas y el gordo sonreían en la mayor felicidad y movían las manos en gesto de despedida, como ya ensayado, dentro de una coreografía algo empalagosa, y al doblar la esquina cayó el telón.
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